Thursday, December 01, 2005

Por pensarte.

Por pensarte cierro los ojos,
y se me olvida el tiempo, el frío
y el hambre de no estar a tu lado
se hace recurrente el venirte pensando.

Por pensar en tí, por imaginarte
me vuelvo taciturno, sonámbulo y estoico
se me olvida reaccionar, se me olvida el sueño
por mantenerme despierto o dormido por soñarte.

Omito detalles, formas y reuniones,
sólo pienso en tu respiración, agitada
y emocionada que me recorre saboreando
el amargo de mis oidos y el dulce de tu pecho.

Por pensarte, deleito a mis sentidos
con mis dedos locos por tocarte, efímera
fugaz e inalcanzable a la distancia del tiempo,
que te mantiene cautiva y soñadora.

Por pensarte descuido las cosas mundanas,
los sitios y las calles que no visito en tu espera,
me estremezco de siquiera recordarte, hasta que llegues
buscándome con tus hermosas manos, sólo a mí.

Yo no le escribo al amor.


Yo, no le escribo al amor,
para eso están los poetas
y no pretendo ser uno de ellos.

No le escribo a las flores en rosa,
le escribo a las espinas,
le escribo a la sangre que se derrama tras la herida.

No escribo al amor...
porque no hay nada que decirse,
todo está más allá de las palabras.

Le escribo a las ausencias,
a la costumbre congelada,
a las ganas de extrañar que alcanzan.

Yo no le escribo al amor,
porque aunque esté enamorado,
sigo siendo un simple mortal.

Le escribo a lo que queda,
a las sombras y el recuerdo,
a la emoción moribunda, por rescatarla.

Le escribo al después del amor,
al dolor y a la esperanza, del regreso,
del goce y la añoranza de alcanzarlo de nuevo.

Tuesday, November 29, 2005

La soledad del hombre moderno.

Ojalá me equivoque, pero somos una bola de seres incomunicados, porque en ninguna parte se encuentra el hombre moderno más solo que aquí, parece ser que el hombre ha estado jamás menos solo que entre tantos y tantos que somos multitudes, estadísticas y números, pero eso es sólo una paradoja aparente, no hay contradicción alguna entre la soledad psicológica y la ausencia de soledad.

Esto ocurre ahora más que nunca, tanto por el desarraigo social de muchos de nuestros contemporáneos, como en razón de una toma de conciencia más aguda de su propia individualidad y singularidad, porque por absurdo u obvio que parezca en ninguna parte la soledad es mayor y más penosa que en las grandes ciudades.

Por la fuerza de la costumbre, hombres y mujeres se han vuelto psíquicamente incapaces de estar solos y de tomar así conciencia de su verdadera situación en el mundo. Experimentan la imperiosa necesidad de salir todos los viernes, ir al cine, al antro, al baile o al café, sencillamente porque la vida lejos de la barahúnda se les ha hecho insoportable, les es absolutamente necesario dormir con la t.v. encendida o ir a los lugares a donde va “todo mundo”, mientras que cada fin de semana es inconcebible verse en casa por la noche.

Lo trágico de la condición del hombre y la mujer modernos, lo que constituye su soledad, es la ausencia de diálogo, de verdadera comunicación efectiva con el prójimo, el hombre moderno se vuelve dependiente de el entretenimiento e incapaz de establecer una verdadera comunicación existencial con otros individuos, estableciendo relaciones meramente funcionales de acuerdo a la ocasión o el entorno, que lo vuelven todo aún más circunstancial, como en el trabajo o la escuela.

Aquel que tiene horror a los demás, ese que en ninguna parte se siente más a gusto que cuando puede permanecer solo, enamorado de la soledad en el fondo sufre a causa de ésta, su sentimiento de infelicidad, su visión oscura y pesimista de la humanidad y en muchas ocasiones del otro género, se condicionan por ella, y sin ser concientes de esto, los misántropos y los solitarios reprochan a los hombres que no los hayan acogido, les denominan masas, y se compran una mascota.

Aquellos que se encuentran en lugares públicos atestados de gente, lejos de favorecer el diálogo y la comunicación, los dificultan si no que hasta los imposibilitan, en función de una mera compañía física. Las relaciones que se establecen en lugares ruidosos y abarrotados son fatalmente superficiales e impersonales, meramente funcionales o de conveniencia momentánea, pero.. ¿Cómo podría ser de otro modo si casi todos los que conforman las multitudes viven en la inautenticidad, sin haber adquirido conciencia alguna de lo que son ellos mismos, de lo que son los demás y de lo que buscan cuando se congregan y se acercan unos a otros?

Por ello el vacío total de las conversaciones aunado a una pobreza extraordinaria de vocabulario empleado como usual donde los güey, ese, chido, cabrón o más palabras dependiendo la región son más que comunes trilladamente demostrativas del pobre acervo vocabulario de los interlocutores, donde todo se resume entonces a algunos juicios sumarios y algunos monosílabos, la gente no tiene nada que decirse y los paliativos no ofrecen solución alguna en esta yuxtaposición de soledades que se hace extensiva en ocasiones a la familia, donde nadie se abre verdaderamente a los demás, sí se quieren pero con un amor casi instintivo donde las facultades humanas apenas participan o toman parte alguna, no se comprenden y cuanto mayor es el desarrollo intelectual, esta falta se hace sentir más negativamente, por ello la disparidad entre madurez intelectual y pobreza afectiva da lugar a neurosis en muchos de los casos, porque la gente se siente incomprendida, frustrada o fuera de lugar, cuando las relaciones interhumanas no van más allá de una “buena armonía”.

Todo hombre que haya sobrepasado la trivialidad cotidiana y haya alcanzado la conciencia de sí (de su “para sí”), no podrá percibirse sino solo y abandonado, porque como dice Sartré, “el hombre nace y muere solo”, y sólo engañándose entre estos dos acontecimientos capitales, puede creer que no lo está, por ello el otro no podría ser para el yo, más que un enemigo, un ser inferior que no alcanza aún a comprender todo cuanto ignora; la palabra conciencia sería entonces sinónimo de conciencia selectiva, aislante y desdichada, justamente porque se sabe en la imposibilidad radical de realizar comunión alguna con el prójimo, siempre menos liberado que el solitario empedernido, pero infeliz.

Ojalá que me equivoque, pero esto no debería ser así… y el hombre no debería estar tan solo como ahora.